viernes, 19 de noviembre de 2010

El escritorio

Escritorio tal cual. Tras él asoma el respaldo azul de la silla.
Este escritorio no tiene nada de particular. Su aspecto más bien parece el de un bedel de un colegio público allá por los años 80. En cualquier lugar pasaría desapercibido por su simpleza. Pero de esa simplicidad aparente, soporta aquello que el librero clasifica como inmediato. Son sus papeles pendientes. Sus libros, carpetas y papeles doblados que tienen la prioridad en la búsqueda: lo personal tan inmediato como añorado. Así con unos lápices y demás pequeños útiles de escritorio, es como está esta mesa-escritorio del librero. Donde atiende o despacha. Todo está a su alcance. A lo sumo es otra cosa, y entonces reclinándose apoyado, baja su mano y sin mirar busca bajo el tablero de la mesa en el estrecho estante, a tientas rastrea delicadamente hasta que da con lo busca. Rara vez se sienta en su silla azul, acaso para acceder mejor a las baldas de abajo que son tan personales, pero cuando esto ocurre, es como una especie de imagen para el recuerdo que jamás se olvida. Ahora si, es cuando se evoca la imagen de un niño sentado en su pupitre con un montón de deberes por hacer. Un niño con boina y ochenta y dos años de escuela.

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